martes, 9 de noviembre de 2010

La Colonia

La Colonia. 

La historia de la conquista del actual territorio mexicano comenzó realmente en 1517, cuando el navegante Francisco Hernández de Córdoba exploró la costa de la península de Yucatán. Aunque los mayas pasaban por una etapa de decadencia, sus ciudades y su organización impresionaron vivamente al explorador. Gravemente herido en un combate con los indígenas, éste regresó a Cuba con las noticias de lo que había visto.
El gobernador Diego  Velázquez decidió enviar una flota más grande y bien armada. Reunió 11 naves y casi 700 hombres y dio el mando de la expedición a Hernán Cortés, quien había sido su socio en varios negocios: le ordenó explorar las costas y comerciar con sus habitantes. Cortés, sin embargo, tenía otras intenciones. Al desembarcar en tierras de Veracruz y entrar en contacto con sus habitantes, Cortés y sus hombres se dieron cuenta de que efectivamente la riqueza del imperio era grande y de que los pueblos sometidos resentían la dominación azteca. Cortés decidió avanzar hacia el interior. Conforme a la ley española, formó el ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz e hizo que sus autoridades lo nombraran jefe de la expedición. De esa forma, sólo debería obediencia al Rey de España y no estaría sometido a la autoridad del gobernador Velázquez. 
En su marcha hacia Tenochtitlan, Cortés siguió una táctica astuta: atemorizaba a los indígenas con su fuerza militar y su crueldad, y al mismo tiempo los invitaba a que fuesen sus aliados. Así fue como los tlaxcaltecas, enemigos irreconciliables de los mexicas, decidieron apoyar a Cortés, cuando al principio habían luchado en su contra.
 Al llegar al Valle de México, los españoles fueron bien recibidos por el tlatoani Moctezuma, quien los alojó en el palacio de Axayácatl, cercano al recinto sagrado. Moctezuma era un guerrero experimentado, pero ahora estaba dominado por la indecisión y el temor. Hombre supersticioso, pensaba que tal vez los extraños visitantes eran dioses, como lo anunciaba una antigua profecía. Decidió obedecer a Cortés y entregarle valiosos tributos, con la esperanza de que los españoles regresaran por donde habían venido. 
La presencia de los extranjeros ofendía al pueblo de Tenochtitlan, pero era tanto el respeto que sentían por la figura del tlatoani, que nadie se atrevía a contradecirlo. Esa calma terminó de manera violenta.
 Cortés salió de Tenochtitlan obligado a marchar con parte de su ejército hacia la costa del Golfo, para combatir a las tropas que el gobernador de Cuba había enviado para arrestarlo. Cortés dejó una guarnición en Tenochtitlan al mando de Pedro de Alvarado, gente de toda su confianza. 
Alvarado era un soldado impulsivo y cruel. Temía un ataque de los aztecas y aprovechó que en una gran ceremonia religiosa estaba reunida la nobleza azteca, sus jefes militares y sus sacerdotes. Estaban desarmados y danzaban cuando Alvarado lanzó contra ellos a sus tropas y a las de sus aliados. La matanza fue terrible. Cientos de mexicas murieron ese día. Eran los dirigentes que se habían educado en el calmécac, los veteranos de guerra, los intérpretes de códices.
La matanza provocó una enorme indignación. Los aztecas se lanzaron contra el palacio de Axayácatl, donde los españoles se atrincheraron, llevando con ellos a Moctezuma y a otros jefes aztecas. El palacio quedó cercado, casi sin agua, ni alimentos.
Mientras tanto, Cortés había vencido a sus adversarios y regresó a Tenochtitlán unos días después. Logró reunirse con sus compañeros sitiados, pero la situación era desesperada. Cortés obligó a Moctezuma a que subiera al techo del palacio y ordenara a sus súbditos a que se retirasen. Pero el pueblo ya no escuchó al tlatoani: cuando intentó hablar recibió una lluvia de piedras y resultó herido. Moctezuma murió unos días después, no se sabe si a consecuencia de sus lesiones o asesinado por los españoles, a quienes ya no era útil.
El nuevo jefe de los mexicas era Cuitláhuac, un guerrero valeroso que siempre se había opuesto a los españoles. Bajo su mando, la combatividad de los aztecas adquirió mayor fuerza.
Los españoles decidieron escapar. Aprovecharon una noche, porque los aztecas estaban acostumbrados a suspender la lucha después de la puesta del sol.

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